
Que venga la casa que no tenga grietas que no me correspondan,
porque no nací para tapar los huecos de otros,
sino para habitar mi centro.
Que venga la casa que respete mi silencio y mi canto,
donde pueda llorar sin miedo y reír sin culpa.
Una casa con paredes que escuchan,
y un suelo que sostenga,
no que trague.
Que venga la casa con luz que entra sin pedir permiso,
con ventanas que no sean trincheras
y puertas que no escondan amenazas,
sino umbrales hacia lo nuevo.
Que venga la casa donde el descanso no sea una batalla,
donde la belleza no tenga que ser fabricada a pulso,
sino descubierta, recibida, vivida.
Que venga la casa que no me obligue a ser fuerte,
sino que me permita ser suave, ritual, completa.
Que venga la casa en la que yo me reconozca,
y al abrir la puerta, diga:
«Ah… era aquí. Era ahora.»